viernes, 30 de marzo de 2012

Crónica de una huelga anunciada

Las horas previas al inicio de la huelga general del jueves parecían determinar ya cuál sería el objetivo del Gobierno: vendernos la moto de que la huelga fracasaría. Las portadas de los medios de (in)comunicación que duermen bajo el brazo del Gobierno ya estaban editadas desde el 9 de marzo, día en que se convocó la huelga. No pudieron imprimirse antes del jueves porque les faltaba la foto, una foto que, evidentemente, atentaría contra la objetividad periodística; vamos, para no variar, hacer gala de la base de su artillería: el terrorismo mediático.

A todo ello se ha sumado una especie de demagogia invasora, la estrategia goebbeliana de repetir y repetir hasta convertir en verdad. La ministra de Trabajo, ejerciendo con un cinismo de límites insospechados, tuvo las narices de afirmar que el Gobierno estaba llevando a cabo las medidas para las que el pueblo le había legitimado en las urnas. Se equivoca profundamente la señora ministra: nadie ha legitimado a este Gobierno a aprobar sus medidas, sencillamente porque ni siquiera iban en su programa electoral. Pero bueno, así son y así serán. No todos los mentirosos se hacen, algunos nacen así.

Lo cierto es que si hay algo objetivo es que la huelga general ha sido un éxito: todos los que estuvimos en las manifestaciones y todos los que estuvimos participando en piquetes informativos desde las 00:00 del jueves sabemos que así fue. Las fotos, los vídeos y, sobre todo, los datos, están de nuestro lado. En Madrid, por ejemplo, los asistentes a la manifestación fueron 900.000 personas, y así lo reflejaron los medios internacionales. En comunidades como Galicia, País Vasco y Navarra, el paro fue secundado por más del 90%. En Las Palmas de Gran Canaria, donde se afirma que ha sido la mayor manifestación en los últimos 25 años, la manifestación de las 18:00 fue respaldada por más de 100.000 personas. Donde único no fue secundada la huelga por más del 65% fue en Aragón y Castilla-La Mancha; en el resto de comunidades, inclusive las ya mencionadas unas líneas arriba, el paro se situó entre el 65 y el 90%. El sector donde menos se notó fue la hostelería, pero es donde siempre el seguimiento tiene menos incidencia: ¿cuántos de los cinco millones de parados no podrían ser camareros? La respuesta es obvia.

No obstante, como marca la tradición, el escaparate mediático del Gobierno destinó todos sus esfuerzos a informar sobre hechos violentos, que fueron mínimos y, en su mayoría, manipulados. Si no tienen la foto que buscan, ya se encargan de encontrarla.

Aun así, hay que dejar sobre la mesa que el éxito de la huelga ha quedado garantizado. Seguramente no vaya a tener incidencia directa sobre la agenda del Gobierno, pero la huelga del 88 logró retirar un decretazo de Felipe González y la de 2002 logró lo mismo, incluida la dimisión del ministro de Trabajo. Nada está perdido y sobre el futuro no hay nada escrito. Además, no debemos olvidar un dato relevante: si esta contrarreforma laboral no fuera tan agresiva, el seguimiento habría sido incluso mayor, pues muchos trabajadores estuvieron coaccionados por sus patronos en todo momento. Empresas como El Corte Inglés (delante de la cual, casualmente, el ministerio del Interior desplegó grandes efectivos), Mercadona o Carrefour lideraron la lista de piquetes patronales. Hubo trabajadores que se dejaron llevar por miedo, pero como pudo comprobarse, no todos. Este atentado contra toda la clase obrera y estudiantil es el único responsable de que el pueblo se lance a la calle. El pueblo sabe responder a una contrarreforma que legaliza el despido prácticamente libre, que otorga todo el poder al patrón para modificar jornadas, horarios y turnos de forma prácticamente unilateral. Se trata de una contrarreforma que da poder a los empresarios para despedir si tras tres trimestres sus ingresos se sitúan por debajo del margen que previamente habían establecido, y sin que sea necesario que esa reducción de ingresos vaya unida a un incremento de las pérdidas. Es, además, una contrarreforma que fulmina de golpe el carácter vinculante de los convenios colectivos; pues el patrón podrá descolgarse de él cuando le salga de sus burgueses cojones. A todo esto y mucho más, la clase obrera responde con la más poderosa de sus armas: la huelga general.

En definitiva, el éxito de ayer debe ser aprovechado por los trabajadores y, en especial, por todos los sindicatos, para acentuar la lucha. Una victoria nunca es fácil, pero la única lucha que se pierde es la que se abandona. Aprovechemos el apoyo y, desde la convergencia y la correlación de fuerzas, continuemos hacia adelante y con la cabeza alta que, como se sabe y parafraseando a Marx, la clase obrera no tiene nada que perder, excepto sus cadenas. Ánimo, y adelante. 




¿Y SI ESTO NO SE ARREGLA? ¡HUELGA, HUELGA, HUELGA!




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